24/9/07

ENTREVISTA A JOSE PINEDA

Cultura que pobló costa de
La Libertad fue una sola

Guido Sanchez Santur
sasagui35@gmail.com

La historia de las antiguas civilizaciones del Perú nos enseña que el territorio donde hoy se extiende la costa de La Libertad lo habitaron varias culturas a lo largo de su proceso histórico, que nos dejaron obras arquitectónicas monumentales que hoy admiramos, además de sus sorprendentes manifestaciones de arte, religión, agricultura, navegación, astronomía.
Sin embargo, en pleno siglo XXI y cuando parecía que todo estaba claro, el arquitecto trujillano, José Pineda Quevedo, sustenta su tesis de que la cultura Moche fue el único pueblo que habitó este espacio geográfico, y que durante su desarrolló tuvo etapas bien definidas, las que conllevaron a la confusión de muchos estudiosos, quienes consideran que en este ámbito se sucedieron diferentes civilizaciones.
Vale decir que las llamadas culturas Salinar, Gallinazo, Cupisnique, Chimú y otras, formaron parte de un mismo pueblo, y que esas denominaciones sólo pretenden diferenciar las sucesivas fases históricas. Así lo testimonian, entre otros, los elementos comunes identificados en las expresiones arquitectónicas de cada etapa constructiva.
Esa continuidad histórica en el tiempo y espacio aún se aprecia en los restos arqueológicos tanto en la costa como en las estribaciones andinas del valle Moche, donde primó una lengua común y el apropiado dominio del espacio que permitió afrontar los embates del fenómeno El Niño.
UN REPASO HISTÓRICO
Los primeros grupos humanos que colonizaron el valle Moche fueron seminómades (paijanenses, según Chauchat) que desde su llegada estuvieron presentes en la costa y la sierra, aprovechando la diversidad del medio. La abundancia de recursos del litoral marino los motivó a instalarse en Alto Salaverry, y el descubrimiento de la agricultura los condujo a la sedentarización sobre las terrazas aluviales, en la parte alta del valle (El Matico y Menocucho, donde construyeron obras de irrigación).
Es en estos sitios ven la luz las primeras estructuras monumentales complejas. Esta arquitectura ceremonial y cultual tuvo una sorprendente diversidad morfológica que se caracterizó por el tratamiento del volumen lleno, la delimitación con muros de espacios orientados, y la valorización de las áreas vacías o plazas como consecuencia del tratamiento del suelo. La cerradura se constituye en un elemento permanente a lo largo de la historia moche, el mismo que consiste en un espacio rectangular cercado, presente en los sitios más antiguos (Huaca de Los Reyes, en Laredo) hasta los de mayor apogeo (Chan Chan). Otras tipologías singulares son los templos en "U".
La arquitectura monumental expresa el poder de las elites gobernantes, en tanto estas construcciones demandaron organización y control de una mano de obra masiva; pero también reflejan la evolución de las sociedades dominadas inicialmente por una teocracia, y que se fueron desarrollando con una creciente secularización.
En los grandes poblados rurales se mezclaban campesinos y artesanos, y las elites dependían completamente de los recursos agrícolas. Las primeras aglomeraciones con un fuerte carácter ceremonial evolucionaron conservando su función de origen y adquiriendo otras, y generalmente estaban en los bordes de la parte baja del valle, en los relieves del valle medio, alto y en las quebradas. Esto revela la estrecha relación entre las formas urbanas y su espacio natural.
Las grandes plazas, las composiciones urbanas y los volúmenes monumentales estaban construidos en la planicie del valle, en los conos de las quebradas, algunas veces en grandes terrazas y raramente sobre cimas niveladas de los relieves accidentados. Estos fueron lugares destinados a los centros ceremoniales y administrativos de las elites.
Los establecimientos ceremoniales estaban instalados fuera de los lechos aluviónicos, en quebradas poco profundas y donde la formación de avalanchas era mínima. En cambio, muchas aglomeraciones administrativas y residenciales contemporáneas se ubican en quebradas profundas, las que se canalizan en periodos de El Niño, pese a lo cual han sufrido graves destrucciones.
Las aglomeraciones principales y secundarias antiguas testimonian una continuidad urbana y una permanencia en el tiempo. Su ordenamiento urbano es común pese a su distanciamiento espacial y temporal. Así tenemos la roca simbólica instalada artificialmente en el corazón de las plazas, de tal manera que numerosos monumentos y sectores religiosos que no cumplían ya su función original pasaron a tener un uso simbólico, jugando un rol mayor en la evolución de las ciudades (las sepulturas de elite adquirieron el status de huaca). Los principios de esta continuidad urbana los ilustran la orientación constante de los templos y poblaciones principales hacia las cimas de los cerros tutelares o apus.
La organización del espacio territorial se explica por la existencia de un sistema dinámico que se apoya sobre tres tipos de redes: canales de irrigación, caminos y establecimientos humanos. Las redes hidráulicas, rudimentarias en un primer momento y complejas posteriormente, permitieron la explotación agrícola del valle y su desarrollo económico a pesar de sus pequeñas dimensiones.
Al principio fueron los centros ceremoniales o templos que administraron y controlaron esas redes. Las elites locales, no solo impusieron sus ritos y creencias sino que también poseían los conocimientos y técnicas sobre el funcionamiento de los canales de irrigación. A partir del Formativo Tardío, el crecimiento demográfico del valle de Moche estuvo ligado al intenso desarrollo de la agricultura, lo que fue posible gracias a la optimización del sistema hidráulico. Paulatinamente el manejo del valle pasó de las elites religiosas a ser compartido con los civiles, que establecieron sus centros residenciales a lo largo de los valles Moche, Sinsicap y Chacchita.
Los caminos posibilitaron la estructuración de las aglomeraciones y permitieron dirigir los flujos humanos al interior de los valles, a los oasis vecinos o a la sierra. Su control estuvo a cargo de las elites religiosas en un comienzo, y más tarde por las elites seculares-religiosas. La presencia de senderos hacia los relieves naturales sacralizados, revela el funcionamiento paralelo de un sistema de vías sagradas.
Como con las redes de irrigación y de caminos, las conexiones de las aglomeraciones al principio estuvieron bajo el dominio de las elites religiosas, desde la sedentarización, centros ceremoniales y templos hasta la proliferación de implantaciones y la constitución de redes urbanas más extensas y complejas.
Igualmente se distingue una red de apus con diferentes grados de influencia, según las épocas, que condicionaron la localización de los templos y de las aglomeraciones mayores. El control y la estructuración de esas redes facilitaron la implantación de un sistema evolutivo de ordenamiento del territorio que cubrió la totalidad del valle de Moche y sus afluentes: Sinsicap y Chacchita.
Si bien algunos arqueólogos han encontrado en varios sitios del valle Moche restos de cerámica inca, no existe ningún indicio de su arquitectura o de su urbanismo. Aparte de los trabajos de infraestructura concernientes al drenaje de los pantanos y a la agricultura en chacras hundidas, ningún otro ejemplo inca está asociado al ordenamiento de este espacio geográfico. Tampoco hay presencia Wari. Esta ausencia contrasta con los vestigios de esta cultura presentes en los Andes del norte (Huamachuco, en los valles de Condebamba y de Cajamarca, donde se distinguen los sitios de Wiracochapampa, Ichabamba y Yamobamba).
SALVEMOS LO NUESTRO
Actualmente está en juego la salvaguarda del conocimiento del pasado préhispánico frente a la acelerada destrucción del patrimonio arqueológico. Los sitios estudiados o que están en proceso de investigación, son una parte minúscula respecto de los existentes, y por muy buenos que sean, como la Huaca de La Luna, sólo nos proporcionan una muestra parcial de la realidad social y cultural de la sociedad que los construyó.
Desgraciadamente, casi la totalidad de los sitios arqueológicos sufre una destrucción permanente, perdiéndose la memoria de nuestros antepasados, por acción de los huaqueros, la explotación de canteras y la minería, las granjas de pollos, actividades industriales, el crecimiento de urbanizaciones legales e informales (pueblos jóvenes), la ocupación de las laderas de los cerros (aquí se encuentra la mayor parte de los vestigios arqueológicos) de las tierras cultivables. Ante este hecho, es urgente proceder a recuperar el máximo de los conocimientos posibles sobre nuestro antiguo Perú.
Un ejemplo es el cerro El Yeso (Simbal) que está convertido en cantera de materiales de construcción. La misma suerte corre la Quebrada Alto de Guitarras, pese a sus valiosos petroglifos y un camino antiguo. Pese a ello, nadie impide la presencia de la maquinaria pesada que continuamente ingresa.
“Son elementos valiosísimos que todos los días se pierden. En Menocucho están desapareciendo las evidencias más claras del manejo territorial en el valle Moche. Ahí existe un montículo piramidal único, con adobes cónicos, plataformas, entierros y viviendas que nos permiten observar la sociedad Moche en todas sus etapas”, enfatiza.
Lo mismo está pasando con los canales de irrigación que trajeron el agua a la costa cruzando una geografía agreste y largas distancias. Con la pérdida de esas evidencias desaparecen datos trascendentales que otros países no tienen y de lo cuales quisieran albergar siquiera una mínima parte.
En este contexto urge emprender agresivas acciones de protección del patrimonio monumental y arquitectónico, labor que compete a todos los niveles del Estado, al amparo de las leyes vigentes, pues se trata de nuestra identidad nacional.
HEGEMONÍA POLÍTICA
El valle del Moche es considerado por el mundo científico como el foco cultural de una sociedad que en dos ocasiones se extendió sobre la costa septentrional del Perú imponiendo una unidad política, con centros de poder localizados en las aglomeraciones de Chican (Huacas del Sol y de la Luna) y de Chan Chan. Comúnmente se admite que la cultura Mochica habría constituido la primera hegemonía política a lo largo de la costa (entre el 300 y 700 después de Cristo), sólo rota por el imperio Wari. La segunda hegemonía política habría correspondido a Chimú (entre 1300 y 1470 después de Jesucristo), desmembrada por el imperio Inca.
En esta unidad geográfica, las distintas etapas de la organización del territorio corresponden al desarrollo de una misma sociedad local, que depende de una lógica de desarrollo endógeno. Los períodos Mochica y Chimú se inscriben en una continuidad, sin ruptura, del ordenamiento del territorio del valle del Moche, iniciada en el pre cerámico. La ausencia de un modelo de planificación intrusiva correspondiente a la cultura Wari confirma este hecho.
“Nuestras investigaciones ponen de manifiesto que si bien el valle constituyó un foco cultural y político para otros valles de la región, hubo antes un largo período de división administrativa relacionada a distintos sectores. La centralización administrativa aparece relativamente tarde. Varias aglomeraciones se desarrollaron a lo largo del valle compartiéndoselo”, sostiene el investigador.
¿La influencia política del valle del Moche comenzó antes o después de su centralización administrativa? Según los vestigios sobre el ordenamiento del territorio, la centralización del valle habría comenzado entre el 500 y 700 después de. J.C.) a partir de Galindo.
La integración de los sistemas hidráulicos de los valles Moche y Chicama, durante los siglos XII y XIII, así como la previa adopción de ambos de un Apu común (montaña sagrada) hacia el IX siglo, ponen de manifiesto a la vez que estos dos valles compartían, mucho antes de la llegada de los españoles, una administración política y religiosa común, centralizada en Chan Chan.
EL GOLPE DEL COLIONALISMO
El examen del nuevo modelo de organización del espacio territorial impuesto por los españoles, permite comprender mejor la originalidad del sistema precolombino y advertir el traumatismo que constituyó esa intrusión, que relacionaba de repente dos continentes separados por miles de kilómetros de mar. En oposición al ordenamiento territorial anterior- donde la urbanización de las laderas frente al valle no tenía interrupción- y en divorcio con los modelos orgánicos que integraban una naturaleza sacralizada, los españoles fundaron en la planicie de los valles una sola aglomeración para ellos y cuatro "reducciones" para la totalidad de la población aborigen. Esas "reducciones" obligaron a los nativos a una promiscuidad que les era desconocida, y les impuso un urbanismo geométricamente rígido y desacralizado.
El paisaje ha perdido su carácter sagrado y su función referencial, las nuevas implantaciones humanas no guardan relaciones simbólicas con los elementos naturales (cerros, rocas, quebradas). Estos elementos se encontraron excluidos de la concepción urbana. La localización, la destinación de las nuevas poblaciones se funda bajo criterios de discriminación racial: la "ciudad" de españoles y las "reducciones" de indios.
MAS INFO
La tesis del arquitecto José Pineda Quevedo se denomina El Ordenamiento del territorio en el valle Moche del Perú desde el sedantarismo al siglo XVI. Enseñanzas de una lectura espacial de la vida de las sociedades prehispánicas, con la que obtuvo su doctorado en Geografía, en la Universidad de Paris III – Sorbonne Nouvelle (Francia). En base a esta tesis publicó su libro Espacio y Arqueología en el Perú, París 2007, editorial L´Hartmattan.

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