23/3/21

¿Podemos ser amigos de nuestros hijos?

21/8/20

Enemigo oculto, la otra guerra

Por: Guido Sánchez Santur

El verano de 1995, el diario La Industria de Trujillo me designó como reportero de guerra para cubrir el Conflicto del Alto Cenepa, el último que sostuvo el Perú con Ecuador. Fue el acontecimiento más cercano que tuve con la muerte y con la crueldad de la que es capaz el ser humano cegado por sus ambiciones; una profunda lección para comprender la fugacidad de la vida que hoy me evoca la memoria, a cinco meses de la pandemia Covid-19 que a la mayoría nos mantiene sitiados, no en cuevas de zorro, sino en nuestras propias casas.

Ese conflicto fue, crudo, duro, inhumando, agudizado por la inclemencia del clima de la selva, en la provincia Condorcanqui (Amazonas). Lluvia permanente, calor y mosquitos a los que nadie estaba acostumbrados (periodistas ni militares), salvo los Yachis (awajun) que se encontraban en su medio y dominaban el terreno a la perfección. En ese escenario se confundían la impotencia, el dolor y la muerte. En Cueva de los Tayos conocí aguerridos soldados adolescentes con quienes compartía animadas charlas en la mañana y en la tarde los veía retornar muertos, víctimas de las ráfagas enemigas o con sus extremidades mutiladas al pisar una mina antipersonal enterrada entre los arbustos. Eso era cosa de todos los días. Ni los periodistas estábamos a salvo, al retornar al Puesto de Vigilancia No. 1 casi nos impacta un proyectil de mortero, lanzado por los ecuatorianos que habían detectado una señal de radio. Los árboles tambalearon y las hojas con pequeñas ramas nos cayeron como lluvia, tras la explosión.

Soldados comiendo su rancho frío.

Esta pandemia parece una guerra sin cuartel. Hay tantos caídos que se van sin poder despedirse de familiares y amigos. Sales a la calle y sospechas de todos. Cualquiera es un potencial portador de quien nos distanciamos por precaución. Los contagiados son como esos soldados que iban a la línea de fuego, no sabemos si vencerán al virus o engrosarán la lista que, como en 1995, las cifras oficiales nunca fueron reales, las alteraron con afanes de victoria, a instancias del “asesor”.

El dolor y la pena se agolpan en el pecho cuando un familiar o amigo fallece. Este virus ya se llevó a un primo, a vecinos, amigos y compañeros de trabajo. José, Humberto, César, Víctor Raúl son algunos nombres que partieron lacerando el alma. No es el hecho que mueran sino la cercanía temporal con que lo hacen. Otros nos alientan al superar esta batalla sanitaria.

                                                    Trasladando un soldado fallecido en combate.

Cuando un soldado caía, tras pisar una mina antipersonal, era lo peor que podía pasar, no a la víctima, sino a sus compañeros. El brutal golpe psicológico laceraba los ánimos y desmoralizaba al más cuajado militar. Con la indignación al tope querían vengarlo, pero no había a quien disparar. Lanzaban ráfagas al aire, a la maleza, a la nada. Eso dolía más.

El distanciamiento social y el confinamiento están dejando huellas psicológicas, han dado paso a una psicosis que está marcando a las personas y a las familias. Un catarro, resfrío o dolor de cuerpo es sospecha de Covid-19. Muchos enferman de solo pensarlo, inclusive han muerto. Su sistema inmunológico se desmorona.

La automedicación preventiva es pan de cada día. Han surgido recetas de todo tipo, desde las naturales (cebolla, ajo, eucalipto, matico, kión …) hasta las más sofisticadas farmacológicas: El CDS impulsado por el alemán Andreas Ludwing Kalcer, acogido por algunos médicos y rechazado por las autoridades; ivermectina, variadas y una infinidad de medicamentos disímiles.

El cuerpo médico del Ejército desplegó una batalla aparte en medio de la selva.

Nunca se supo la cifra exacta de víctimas que nos dejó el conflicto, hoy tampoco sabemos la cantidad real de fallecidos por el Covid. Esa guerra dejó al desnudo el abandono en que se encontraban nuestras fronteras y las obsoletas armas de Ejército. Con estupor los soldados relataban que los fusiles se trababan al disparar. La pandemia evidenció el incipiente sistema de salud y la educación peruanos. Los profesionales de la salud no ocultan su indignación al verse imposibilitados de atender a todos los pacientes por falta de equipamiento, medicamentos e infraestructura.

Los soldados se desplazaron en ese agreste territorio 

Parte de la agenda posconflicto nacional sigue esperando. Los desafíos que nos abre la pandemia son muchos, tanto al Gobierno como a la población. Mayor inversión en salud y educación, cultivar una ciudadanía responsable, no regida por el temor o la fuerza de la autoridad, sino por conciencia cívica. 

9/3/20

Vida más allá de la vida




2/3/20

Heridas de la vida




17/2/20

Leyes de la vida




10/2/20

Conversando con Bayron Bustamante




5/2/20

Conversando con Gustavo Rico




21/1/20

Crónica de una vida anunciada

Por: Guido Sánchez Santur

Dos acontecimientos tocaron mi puerta esta semana. Mi vecino Yover, acaba de mudarse de su humilde choza que habitaba junto a su menor hijo en ese reducido espacio que hacía de sala, cocina y dormitorio, y que compartía con sus aves de corral. Tras desarmar sus bártulos, llenó algunos sacos con sus pertenencias y, antes de partir arrojó a la basura otros tantos sacos con cosas que ya no le sirven.
Esta misma semana, murió Manuel, frisando los 85 años, quien fue acompañado hasta su última morada a los acordes de una banda típica de músicos, atendiendo su pedido. Al día siguiente, como es costumbre, sus familiares llevaron, en una camioneta, la ropa y enseres personales para lavar en el río. Una vez limpia, una parte la guardaron y otra la quemaron.
Ambas escenas me dejaron varias interrogantes: ¿Cómo alguien que a las justas tiene para comer se da el lujo de guardar enseres tanto tiempo y luego botarlos? ¿Con qué criterio guardamos bienes tanto tiempo? ¿Somos capaces de seleccionar lo que realmente usamos o necesitamos? ¿Qué nos motiva a guardar, conservar, poseer o apegarnos tanto a algo que quizá nunca usaremos o que simplemente ya no nos sirve?
Esto nos pasa a casi todos. Guardamos papeles, ropa, muebles, libros, etc. con la esperanza de que alguna vez los usaremos o a sabiendas que ya no nos sirven, pero los tenemos en algún rincón porque no queremos deshacernos.
Lo mismo nos pasa con los recuerdos que abrigamos durante años, inclusive desde la niñez o adolescencia; lo curioso es que muchos son dolorosos y nos colocan en el lugar del sufrimiento, el rencor, la venganza, el egoísmo.
Nos quedamos anclados en esas emociones, convertidas en estados de ánimo, convencidos de que con tal actitud expresamos nuestro malestar a quienes nos produjeron ese dolor y les hacemos saber, o solo lo llevamos dentro, como una carga sin que nadie lo sepa. Solo nosotros lo lloramos a solas, como una carga pesada.
Como las cosas y objetos que guardamos, estos recuerdos se convierten en pensamientos que nos cierran posibilidades u oportunidades, nos atan, nos encierran en nuestro mundo dominado por los apegos, el dolor y el miedo.
En consecuencia, es prioritario que a diario nos vayamos deshaciendo de aquello que ocupa un espacio y no nos sirve, empezar a soltar, dejar ir, desapegarnos para abrirnos paso a nuevos caminos, nuevas historias edificantes.

Protagonista del destino
Nuestras vidas son como las crónicas en las que el principal protagonista es el tiempo en el que vivimos al que intentamos atrapar y siempre fracasamos en el intento. Curiosamente esos fracasos son los que le dan sentido a la vida porque de ellos aprendimos, sacamos lecciones,
El periodista Martín Caparrós dice que el fracaso es una garantía: permite intentarlo una y otra vez -y fracasar e intentarlo de nuevo, y otra vez. “Mirar es la búsqueda, la actitud consciente y voluntaria de tratar de aprehender lo que hay alrededor -y de aprender. Para el cronista mirar con toda la fuerza posible es decisivo. Es decisivo adoptar la actitud del cazador”.
Ese mirar no es más que la conciencia del presente, del ahora que nos permite reconocer lo que somos: nuestras habilidades, capacidades y ese poder de construir, evocar, reflexionar y proponer, permitiéndonos la duda y la incertidumbre desde la primera persona (Yo); es decir, convertirse en el protagonista de tu destino con plena responsabilidad.

1/12/19

Paula Hinojosa




28/11/19

Conversando con Oscar Lalanne




9/11/19

La completitud.

Por:
Guido Sánchez Santur (*)

Si estás vacío por dentro todo será insuficiente de lo que los demás te ofrezcan, siempre te hará falta algo, siempre encontrarás que no están haciendo lo que tú esperas que actúan pensando en ellos y no en ti, como si tuvieran la obligación de hacerlo.
Si estás ausente de ti mismo, al ramo de rosas que te traen por tu cumpleaños le faltará la frase apropiada o algún pétalo estará marchito; la cena que te ofrecen no será en el local de tu preferencia; no te consultaron el postre que te traen de sorpresa; demoran demasiado en llamarte, dirás que la frase amorosa que te escribe no es para ti…
La completitud o la plenitud está en la propia naturaleza.
Si estás fuera de tu ser, no compartes la sonrisa o carcajada de alegría de él o ella, te incomoda; la felicidad de los demás te hiere: los otros siempre quieren lastimarte. La mayor parte de sucesos que te ocurren son causantes de tu dolor crónico. El mundo está en tu contra y tú luchas contra él.
Solo vemos carencia en los demás y reclamamos airadamente; aunque tengamos todo lo necesario y nos enrolamos en un pernicioso círculo vicioso.
Si algo de esto te está pasando es porque estás total incompletitud. Esa carencia te sitúa en la posición de insatisfacción nociva y buscas que los demás llenen ese vacío: hijos, pareja, amigos, compañeros de trabajo, etc.
Según la Real Academia Española (RAE), la completitud es la “cualidad de completo”; es decir: “Añadir a una magnitud o cantidad las partes que le faltan. Dar término o conclusión a una cosa o a un proceso. Hacer perfecta una cosa en su clase”.
Si volteamos la mirada a nuestro mundo interior, mediante el autoconocimiento, vamos a descubrir las cualidades, valores y fortaleza que nos caracterizan como seres humanos y ahí vamos a encontrar esa completitud. Solo así reemplazamos esa actitud pedigüeña (exigir que nos den) por la gratitud ante todo lo que nos llega como una bendición. Entendemos que las rosas no serían tan hermosas si no estuvieran protegidas por espinas.
Entonces, el autoconocimiento es sustancial en las personas, desde los primeros años de vida, porque nos coloca en un proceso reflexivo que nos permite aproximarnos a nuestro yo, a lo que nos caracteriza, a esas cualidades y defectos que nos hacen únicos; a las limitaciones, necesidades, aficiones y temores que llevamos consigo y que al reconocerlas las aceptamos con amor y sin temor, en el plano de la vulnerabilidad y no en la certeza.

(*). Coach ontológico y ejecutivo.

20/10/19

Conversar para vivir

Por: Guido Sánchez Santur (*)

Después de un agitado día en mi labor periodística en un diario de la ciudad de Trujillo, al norte del Perú, como era mi rutina, la noche de un domingo de marzo de 2013, llegué a casa y, como de costumbre, me esperaba en la sala Estuardo, mi hijo, que entonces bordeaba los 12 años. Lo engreí con un efusivo abrazo que él gozoso correspondió.
“Podrías sonreír un poco, papá. Parece que siempre vienes enojado”, me dijo, mientras se sentaba en el mueble a continuar su lectura de la saga del “Señor de los Anillos”. Sus expresiones directas, que lo caracterizaban, golpearon mi ego como una descarga eléctrica que escarapeló mi piel, yo me suponía alegre. Esas palabras me resonarían el resto de mis días y, como una campanilla de monaguillo, se hicieron más intensas tras su partida de este mundo, cuatro años después.  
Ahora, a la sombra de mis nuevos aprendizajes y de la cavilación continua, reconozco la fina escucha activa de Estuardo, como la de todos los niños y que comúnmente llamamos capacidad de observación.
La escucha activa es un concepto acuñado por el coaching ontológico y se refiere a estar pendiente de los mínimos detalles que expresan nuestros interlocutores, no solo verbalmente, también con gestos, señas, silencios o la terminología utilizada. Y si esa actitud que adoptamos al escuchar es para responder y defendernos o comprender las circunstancias del otro en aras de ayudarlo a salir del estado en que se encuentra.
La escucha activa es determinante para establecer una conversación efectiva o evolutiva, nos sitúa en un ambiente de construcción de relaciones edificantes, positivas o generativas en todos los ámbitos: familiar, amical, social, laboral, político, etc.
Las conversaciones que establecemos las sostenemos mediante el lenguaje verbal, gestual o señas; sin embargo, hay otro nivel de conversación y es con nosotros mismos, tan o más importante que la anterior porque de ésta depende nuestro mundo de relaciones, logros, éxitos o frustraciones.
La conversación cumple una función esencial en las personas y en la sociedad.
La conversación consigo mismo ocurre a nivel de los pensamientos, lo que, como una película, discurre en nuestro cerebro: preocupaciones, dolor, pena, ansiedad, rencor, resentimiento, gestos, muletillas o ideales, gratitud, perdón, bondad, ofrecimientos, resiliencia, posición de nuestro cuerpo, forma de caminar, etc.
A esto me refiero cuando hablo de la expresión de Estuardo, su gran escucha le permitía identificar mis conversaciones internas: mi dolor, frustración, cansancio. que expresaban mis gestos. Esas conversaciones mías que también lo abrumaban a él y que desde su ser gritaba un cambio en mí, grito que se apagó y se convirtió en llanto en mí.
En este contexto se enmarca mi propuesta Conversar para vivir que consiste en asumir plena consciencia de lo que estamos pensando o diciendo en cada instante, tanto si hablamos o callamos.
En este propósito, vamos a dialogar con especialistas de los diferentes saberes, pero sobre todo con quienes trascendieron el dolor y conversan desde la resiliencia, a fin de que nos abran las ventanas de sus sapiencias y se conviertan en ese halo de luz que reavive la llama que guía este camino que es la vida.
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(*) Coach ontológico y ejecutivo

28/9/19

Intelecto, emoción y aprendizaje

Por: Guido Sánchez Santur (*)
       
Los recuerdos que han trascendido el tiempo y que guardamos con mayor claridad en nuestra memoria son aquellos relacionados con experiencias emocionales. Hagamos un recuento de lo más recurrente en nuestra memoria y que más nos conmueve. ¿Con qué circunstancias o momentos se relacionan más?
La experiencias cargadas de emociones son las que más recordamos.

Esta premisa nos lleva a reflexionar en torno al proceso del aprendizaje en todos los niveles educativos. ¿Los docentes toman en cuenta la emocionalidad en sus clases? o ¿Están centrados en la transmisión de una vorágine de contenidos distantes del interés de los niños, adolescentes o jóvenes?
Es común cruzarse con docentes que se quejan y lamentan la “falta de motivación, de interés, de entusiasmo …” de las nuevas generaciones de estudiantes.
En este contexto ¿En qué lugar estamos parados? ¿Qué posición adoptamos? ¿Solo en el intelecto que exige pruebas y comprobaciones?
Este desmembramiento no es de ahora, se remonta al siglo XVIII cuando se abre la brecha entre el intelecto y la emoción, tras el surgimiento de la corriente filosófica racionalista liderada por René Descartes que coloca a la razón por encima de todo; seguido de la era industrial que desencadenó la especialización y desterró lo sistémico, la integralidad, lo holístico, el todo como esencia.
El escritor y educador inglés Robinson (2006) advierte que intelecto y emoción están relacionados con la razón, el juicio y la inteligencia; pues, las emociones no son perjudiciales y no hay que contenerlas.
El amor, la compasión, la alegría el placer, el entusiasmo, la euforia, la expectativa son connaturales a la experiencia humana y existe una íntima relación entre lo que pensamos y los sentimientos subyacentes que los guían.
En consecuencia, es momento de reconectar el conocimiento con el sentimiento, pues este último es una forma de cognición, ya que los sentimientos surgen de nuestra relación con los objetos.

Aprendizaje y niñez
En este contexto, lo fundamental a desarrollar en los niños es la empatía, la creatividad y la colaboración, contraponiéndonos a la competición que fomenta el individualismo.
Actualmente, los padres ejercen mucha presión sobre sus hijos con el afán de “que sean los mejores” en todo lo que realizan y eso se traduce en una permanente exigencia estresante. Ahí comienza ese martirio que se prolonga a las escuelas y universidades, al sacrificar la esencia del niño: el juego.
El juego es vital para el desarrollo humano, emocional y cognitivamente. La infancia es la etapa más importante del ser humano. Los niños han de ser niños, no competidores atrapados en la depresión, mal que se intensifica con el abuso de los aparatos electrónicos.
A los niños les encanta aprender, son curiosos por naturaleza; sin embargo, los procesos de aprendizaje no utilizan estrategias que hagan interesantes los contenidos ni los temas. Mas bien se les obliga a ejecutar tareas que les desagrada, en aulas cerradas y artificios contraproducentes que disminuyen las ganas de aprender.
En la verdadera escuela, la colaboración es primordial, juntando a las personas para que aprendan los unos de los otros, cultivando el apetito por el aprendizaje para que no se convierta en un sufrimiento, sino en un disfrute, descubrimiento y plenitud.
Robinson advierte que las mejores escuelas en el mundo son interactivas, dinámicas, colaborativas, con horarios flexibles, sin separación por edades y facilitan la autodeterminación para obtener mejores resultados. Aquí la evaluación no es un desafío para el estudiante, sino un apoyo del aprendizaje, una oportunidad de la retroalimentación.
Estas prácticas son propias de las escuelas democráticas, donde predomina el espacio para el juego. Es el modelo de escuelas del futuro.

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(*)  Coach ontológico
     Coach ejecutivo

Sir Ken Robinson, TED 2006, tomado de Youtube, https://www.youtube.com/watch?v=nPB-41q97zg (setiembre de 2019).

24/9/19

El cultivo de la creatividad

Por:. Guido Sánchez Santur

El ser humano es creativo por naturaleza; sin embargo, se ha generalizado la idea de que esta condición es propia de los artistas. Realmente sacamos a relucir la creatividad en cada circunstancia que usamos la inteligencia: en el trabajo, la ciencia, la matemática, las relaciones humanas, los negocios, los viajes, etc.
Para el educador y escritor, Ken Robinson, la inteligencia comprende tres elementos: imaginación, creatividad e innovación.
La  creatividad es un proceso, no un suceso. Es algo que se va cultivando paulatinamente.
La imaginación es el comienzo del proceso creativo, es la habilidad de pensar en cosas que no están presentes, pero que las proyectamos en imágenes visuales; inclusive a nivel de los sueños. Los seres humanos la tienen en más abundancia respecto de otras criaturas y les permite anticiparse a todo, a ver desde fuera, a especular, a conjeturar, hacer suposiciones, reflexionar hasta sentir el placer o el gozo de tenerlas (a futuro).
Mientras tanto, la creatividad consiste en echar a andar la imaginación, es el proceso práctico de crear algo, de tener ideas originales y con valor, es materializar esas imágenes visuales.
Los procesos creativos consisten en hacer borradores constantemente a medida que va evolucionando o madurando la idea preconcebida y que siempre acaba de manera distinta a lo que se pensó al inicio; ocurre, a veces, que el producto final no siempre es lo que uno quiere. Lo importante es que es algo nuevo para mi (no necesariamente original) porque es la primera vez que lo hago o logro y me emociona y genera satisfacciones.
En consecuencia, el mito de que solo los artistas son creativos nos encasilla y mutila el ingenio innato que aflora al momento de resolver situaciones cotidianas que nos ponen a prueba y desarrollan esta habilidad.
La curiosidad con la que llegan los niños alimenta su creatividad, por eso cuando los restringimos con el pretexto de que se pueden lastimar o que van a deteriorar lo que tienen en manos y no encaminamos esa energía o entusiasmo estamos anulándolos y encasillándolos en esquemas que de pronto funcionaron para nosotros y que para ellos carecen de sentido o les resultan estériles.
Cuando la creatividad se circunscribe al extremo de los especialistas, los seres de a pie se convierten en zombis, sin la posibilidad de trastocar su realidad, su caos, sus circunstancias; a expensas de los salvadores en un mundo mesiánico donde la individualidad ha perdido vigencia y solo rige la voz de los expertos, de los ilustrados. La sabiduría se tiñe de pasado anquilosado, de leyenda sin sentido.

4/9/19

Estética para la vida (*)

Por: Guido Sánchez Santur

La rapidez con que evoluciona la tecnología y los abruptos y desconcertantes cambios que experimenta el mundo constituyen el gran desafío para los educadores ¿Cómo captar la atención de niños, adolescentes y jóvenes inmersos en un escenario que vibra a una velocidad distinta a la nuestra? ¿Qué estamos haciendo con estas nuevas generaciones que nos miran como cavernícolas? ¿Hacia dónde encarrilamos su energía, su formación?
Con nuestros paradigmas, intentamos corregirlos, amoldarlos, etiquetarlos o domesticarlos a los dictados del sistema educativo que responde a los lineamientos del orden económico imperante. Entonces, la educación se convierte en una industria más, dictamos clases en aulas con similar diseño a las fábricas: producción en serie. Estudiantes agrupados por edades, sin diferenciar sus capacidades individuales; con los estruendosos timbres que aun siguen marcando el horario de salida e ingreso, las cartillas que refuerzan los errores o las llamadas conductas negativas, que muchas veces son la expresión del dinamismo, energía, entusiasmo o divergencia propias de estos nuevos habitantes de la tierra.
Los niños nacen con un pensamiento divergente .


En este contexto, una clase se convierte en un escenario tenso, nada amigable con el aprendizaje. Muchos se adaptan, pero más tarde serán un conjunto frustrado, renegado y sin valores, pues aprendieron que lo más importante es la producción, los indicadores, el éxito material, sin importar si atropellas o sobornas en aras de lograr los objetivos.

¿Qué podemos hacer en este escenario? 
El inglés Sir Ken Robinson –escritor, educador, innovador- propone virar los procesos educativos hacia las experiencias estéticas que se manifiestan en la activación y funcionamiento de los sentidos en su  podemos hacer en este escenario?.
atropellas o porque solo aprendieron que lo mnpommáxima expresión e intensidad. Nos colocan en el presente, en plena conciencia, en responsabilidad, alejados de las preocupaciones o tribulaciones.
Las experiencias estéticas nos elevan a vibrar con las emociones, en tanto experimentamos sensaciones nuevas, exploramos y nos abrimos paso a lo desconocido, la incertidumbre. Es ubicarse en la plena vulnerabilidad desde el “no saber”, sentirse plenamente vivo en cada paso que damos, desterrando el automatismo en el que nos ha colocado la cultura del consumismo.
Estas experiencias nos trasladan al pensamiento divergente que nos facilita la adopción de distintas respuestas ante una misma cuestión, interpretándola y pensándola lateralmente, según Edward de Bono.
Ese el mismo pensamiento que, en un 95 por ciento, traen los niños al nacer como un  enorme potencial que con el transcurrir de los años escolares van perdiendo, se van uniformando, al fragor de las exigencias del sistema industrial que nos ha situado en el pensamiento lógico, el de la certeza, de la seguridad, del individualismo, de la mezquindad, de la competencia…
Está comprobado que el aprendizaje más significativo se produce en grupos, la colaboración alimenta la diversificación, la conversación, la empatía, nos humaniza. Es hora de resetear nuestro cerebro cargado de información, condicionamientos y prejuicios limitantes, encaminándonos a las infinitas posibilidades desde la lateralidad y el ser.
“La vida humana es única e irrepetible, improvisada, un proceso constante de decisiones creativas e improvisaciones”, puntualiza Ken Robinson. Eso determina que la enseñanza sea un arte, "un buen profesor anima y un malo, desanima".

(*) Estética es la rama que estudia la esencia de lo bello y la percepción de la belleza del arte, es decir, el gusto.

13/10/18

Arte: innovar o sucumbir

Por:Guido Sánchez Santur

Egoísmo, celeridad, agitación, individualismo, estrés son los signos de nuestro tiempo en el que la persona está a merced de sus circunstancias, distante de su existencia en función de su esencia, como ser espiritual. El nuevo ideal, la nueva identidad es parecernos a los demás. La gran aspiración es ser como esos ídolos de barro que nos “venden” los medios de comunicación.
Esta época está signada por una economía que se sustenta en una nueva religión: el consumismo con su dios el mercado, que se fortalecen, a mediados del siglo pasado, de la mano del marketing, cuya función principal consiste en la exacerbación de las necesidades básica, para lo cual se apropia de distintas herramientas del arte.
El consumismo nos ha condenado a caminar como zombis. Las personas ya no son más seres humanos, son clientes, consumidores, stakeholderes, público, etc. Mientras más uniformes somos, nos sentimos más “satisfechos”, “felices”, “contentos” … Esta “cosificación” de la persona es propia de la cultura del egoísmo y del miedo en la que nuestra libertad nos conlleva al dolor, al sufrimiento que se ha grabado tanto la aplicamos inconscientemente, como algo “normal o natural”, como lo sostiene el filósofo surcoreano Byung-Chul Han.
Abstracto: Margarita Guevara Cueva

En esta cultura del espectáculo, como la denomina el Premio Nobel de Literatura peruano Mario Vargas Llosa, el arte se enfrenta a un torbellino de influencias no solo conceptuales o teóricas, sino principalmente de la “religión del consumismo”, en la que el artista, para sobrevivir, se abre paso al dilema de crear sus obras en concordancia con su pensamiento y el dictado de su inspiración o acoplarse a las exigencias del mercado si quiere vender sus obras para subsistir.
Al consumismo, se suman las nuevas tecnologías de comunicación que abren otro cuestionamiento a los artistas en sus distintas manifestaciones (músicos, pintores, fotógrafos, arquitectos, etc.). Las obras se crean, fluyen, se comercializan y se trafican a través de las redes, en las que los derechos de autor penden de un hilo.
Abstracto: Margarita Guevara Cueva

En términos del cambio climático, los artistas se enfrentan al reto de adaptarse a estas circunstancias históricas y mitigar ese torbellino cada vez más intenso, a ese poder que avasalla sistemas políticos, judiciales y educativos.
El Fondo Internacional para la Diversidad Cultural (FIDC) advierte la inevitable reconversión de las industrias culturales, ya que nunca se ha creado ni ha circulado tanta cultura como en esta era digital.
“El contexto digital beneficia tanto a los creadores y emprendedores como a la sociedad civil. Los modelos deseables hacen que sea más fácil para los usuarios, los consumidores y los productores relacionarse entre ellos. El papel de los intermediarios tiene que ser revisado según el prisma de una idea de la colaboración…. Los gobiernos que no promueven las nuevas formas de creación y difusión de la cultura están generando pérdidas para la sociedad y destruyendo su diversidad cultural”, afirma el FIDC.
Esta declaración suena bien y es aplicable en países desarrollados, donde el ancho de banda y las tarifas planas facilitan el acceso a las redes sociales; sin embargo, en los territorios con una brecha digital abismal ese propósito suena a fantasía o fábula. Hablar de software libre en países, como el Perú, es un sarcasmo.
El Perú es uno de los territorios con mayor diversidad natural (25 mil especies vegetales y 5 mil especies animales) y cultural (folclore, costumbres, gastronomía, música) de Latinoamérica, en consecuencia, es uno de los más vulnerables frente a esa economía de mercado que arrasa bosques, fauna o sitios arqueológicos que albergan valiosas manifestaciones artísticas con el afán de instaurar sus industrias productivas.
Abstracto: Margarita Guevara Cueva

Un ejemplo de esa amenaza de ese desarrollo (progreso) es la civilización Moche que floreció en el norte del Perú (Huaca de la Luna, El Brujo, Sipán, Túcume, Sicán, entre otros), hace mil 200 años, y que se caracteriza por sus templos en adobe y barro adornados con multicolores altorrelieves como única evidencia de su cosmovisión, en tanto carecían de escritura.
También nos legaron valiosas piezas en oro y plata que formaron parte de la indumentaria de sus distintas jerarquías. Todo esto está punto de desaparecer por la presión del crecimiento urbano, empujado por las exigencias del mercado.
El estudio del arte en estas culturas es una tarea pendiente, pues sentará las bases para su sostenibilidad y preservación a favor de las generaciones venideras. También servirá como punto de partida de nuevas expresiones artísticas que irradien estos saberes al mundo entero.

El reto
Más allá de la creatividad, la innovación juega un rol fundamental a partir de los artistas mismos para que su obra su convierta en la piedra angular del proceso de humanización de la sociedad hacia el camino de la sostenibilidad, volver la mirada a su esencia.
Esa innovación solo podrá fundamentarse en un esquema de la solidaridad expresada en el servicio, entendido como una actitud de compasión que nos conlleva a la recuperación del ser, con mayor relevancia que el hacer y el tener que han ganado demasiado terreno automatizado a la persona inmersa en el círculo del consumismo.
A manera de conclusión, caben las siguientes interrogantes: ¿el arte sigue siendo la mayor expresión de la contemplación de la belleza o la estética o cada vez está más al servicio de la economía? ¿Acaso el vendaval del consumismo no solo está arrasando la naturaleza, sino también la manifestación divina o espiritual que ha sostenido en el tiempo a la humanidad? ¿Es posible un arte que no implique a una dimensión económica?
(Texto leido en la inauguración del año académico de la Accademia di Belle Arti Kandinskij de Trapani, Italia).

6/7/18

Hacia un nuevo comienzo

Por: Guido Sánchez Santur


Han pasado 25 años desde que Trujillo me acogió con su señorialidad y opulencia. Venía de laborar en los diarios El Tiempo y Correo de Piura, cuando en 1993 la empresa editora La Industria de Trujillo me convocó como reportero gráfico y en 1995 fui comisionado para cubrir el conflicto bélico del Alto Cenepa (entre Tumbes y Amazonas), conjuntamente con Walter Castillo.
Un año antes ya había propuesto crear la sección Eco-turismo, acogida con beneplácito por la entonces gerente general Isabel Cerro de Burga y en la que abordé asuntos mediombientales y de turismo, tema este último que sigue ocupando una página semanal en este diario. Gracias a esta iniciativa dejé el área de Fotografía -que compartí con los maestros Américo Barriga y Jorge “Flaco” Roca- y pasé a la Redacción sin soltar mi cámara Nikon.
Caricatura de Mario Cgumpitazi

La página Metropolitana fue otro de los proyectos que materialicé en este diario y que sirvió de impulso a la participación ciudadana y al fortalecimiento de las juntas vecinales porque tuvieron el espacio y el protagonismo merecido. A través de esta sección organizamos congresos y foros que permitieron conocer experiencias nacionales y extranjeras respecto del rol que juegan los vecinos en el desarrollo local.
También dimos cabida al concurso de áreas verdes “Juntos por Trujillo” que facilitó la conjunción de esfuerzos entre la municipalidad y la comunidad en aras mejorar el ornato y el embellecimiento de la ciudad.
En 2012 accedí a la beca Internews y O Eco en Rio+20 para participar en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Desarrollo Sostenible Rio+20 (Brasil), a la misma postularon 300 comunicadores de todo el mundo y fuimos seleccionados 20. A este evento concurrieron más de 100 jefes de Estado y cerca de 50 mil personas, entre líderes medio ambientales, investigaciones y científicos.
En 2013 publiqué mi libro “Más allá de los destinos”, una compilación de crónicas y reportajes de viajes, ilustrados con fotografías de mi autoría, producto de mi recorrido por distintos pueblos del país.
En este trayecto profesional recibí muchos reconocimientos de instituciones públicas y privadas por mi labor profesional, pero lo más valioso compartido al lado admirables personalidades con quienes cultivé una reconfortante e inquebrantable amistad.
A ellos y a los directivos del diario La Industria, ahora que he tomado la decisión de hacer un alto a mis jornadas cotidianas y dar un giro en mi itinerario de vida, expreso mi más ferviente gratitud. Dejo la sala de redacción de uno de los diarios de provincias más importantes del país con la natural nostalgia y con la firme convicción de que aporté lo mejor de mis capacidades y me nutrí de su tradición. Gracias, Gracias, Gracias….

23/2/18

De vuelta al puerto

 Por: Guido Sánchez Santur
 Este año he retomado mis viajes, aquellos que me hacen comprender mejor la vida, el mundo, la sociedad y la esencia del ser humano. Como dice la escritora Flavia Company, “los viajes se parecen mucho al viaje interior, son procesos de aceptación, relación, introspección, silencio y conocimiento de los limites propios y ajenos. Son una escuela de aprendizaje respecto de uno mismo, de enfrentarse a lo que no quieres; asumir, integrarte, luchar contra el hábito y esas creencias que son tan dañinas”. Y lo más interesante es que “para irse de un lugar antes hay que volver”.
Eso estoy haciendo ahora, empecé por retornar al pueblo de mi niñez y adolescencia, y que nunca deja de sorprenderme: Puerto Ciruelo (Huarango, San Ignacio, Cajamarca). Han pasado casi 35 años que lo dejé, mis vueltas esporádicas no pasaron de dos días. Esta vez me quedé 10 y caminé esas calles polvorientas antes, ahora encementadas (las dos principales: Comercio y El Triunfo), su mercado renovado, nuevas tiendas comerciales bien surtidas, como expresión de su crecimiento y desarrollo.
El puente sobre el río Chinchipe, inaugurado hace tres años por el presidente Ollanta Humala, ha facilitado el acceso de todo tipo de vehículos y su conexión con Huarango, Huarandoza, La Lima, etc.; pero también desplazó a los botes con motores fuera de borda en los que cruzábamos de una orilla a la otra, no queda ninguno ni siquiera para pasear. La balsa cautiva que pasaba los carros, yace ladeada y olvidada en la arena. Como si presagiara su triste final, cuando el mandatario iba a participar en la colocación de la primera piedra del inicio de la obra, se inclinó y dejó caer tres vehículos que literalmente se los tragó el caudaloso torrente.
Aparte de esas anécdotas, su economía se aceleró, la plaza de exhibición y venta de ganado vacuno continúa congregando a comerciantes de la costa, el campo deportivo que estaba cerca al mercado fue traslado al otro extremo, junto al camal, en la salida a Cigarro de Oro, donde todas las tardes se libran encendidos encuentros de fulbito, con apuesta de por medio.
Las gentes no son las mismas, la gran mayoría son me son extrañas y los chicos que corrían desnudos a la playa o que cargaban agua desde el río con sus baldes o galoneras sostenidas con sus ganchos de madera y alambre, ahora son adultos, padres de familia.
Los personajes referentes son otros: Segundo Guerrero (El Chergo) falleció el año pasado, Antonio Bravo y David Chanta se le adelantaron mucho antes. Son contados los viejos amigos y/o conocidos con quienes me encuentro y saludo efusivamente: Cosme Medina, Cipriano Bravo, David Guerrero, Horacio Zelada (Pepinillo), Neptalí Córdova López (Pancho Loco), Marcos Castañeda, todos con las cicatrices de los años vividos, pero con la misma sonrisa, la carcajada, seriedad o bromas recurrentes me recuerdan en gran sentido del humor de mi padre, Segundo Sánchez Chimbo.
Los estilos de vida han cambiado. La instalación del agua potable les alivió los días a los chicos aguateros. Los silos fueron reemplazados por el alcantarillado, cada dos días un volquete recorre las calles recogiendo la basura. Con la energía eléctrica llegó la televisión por cable, la telefonía celular y la internet que entretiene a los muchachos. Los niños, adolescentes y jóvenes aparecen por todos lados conduciendo motocicletas lineales o mototaxis, parece la plaga de los zancudos que nunca se extingue.
Pese a todo, a partir de las 5 de la tarde varias personas, con toalla al cuello, aún se desplazan al río para bañarse, como en los tiempos de mi niñez; del mismo modo las mujeres, con su tina sostenida en la cabeza o bajo el brazo llegan a lavar su ropa en la orilla. Estampas genuinas que siguen impregnadas en mi retina.
Mientras me readapto, acompaño a mi madre a darle de comer a sus gallinas y pavos con los que está tan encariñada como con sus nietos; siembro algunos plantones frutales para diversificar el naranjo, el noni, la lima y el limón que reverdecen su huerto.
Al caer la tarde me aparto para escuchar el arrullador trino de las aves y a medida que la noche extiende su manto, el río acentúa su acompasado sonido que produce la corriente, como si estuviera saliéndose de su cauce y eso inquieta a cualquier forastero. Y la noche también llega con su comparsa de zancudos que nos apura a refugiarnos bajo el mosquitero. Estos mosquitos abundan a causa de los cultivos de arroz próximos al pueblo, además del río y la quebrada.

El dato
Puerto Ciruelo debe su nombre a la abundancia de plantaciones de ciruelo en cuando llegaron los primeros fundadores, pero con el paso del tiempo son pocas las que quedan y no porque las hayan cultivado, sino porque de puro tercas siguen brotando en los huertos, caminos y chacras. 

27/8/17

Flavia Company: “Para irse de un lugar antes hay que volver”


Hace dos meses dejó España y aterrizó en Chile, desde entonces inició un periplo por distintos pueblos, solo con su mochila y su libreta de apuntes, mirando con ojos de observadora. Flavia Company (Buenos Aires 1963 y en 1973 se nacionaliza española), es una consagrada escritora, comprometida consigo misma que vino por tres días a Trujillo (Perú), pero se quedó una semana y, como se enamoró de la ciudad, promete regresar para escribir su próxima novela. De sus experiencias del viaje y la esencia de sus obras nos comparte en esta entrevista.

¿A qué edad empiezas a escribir?
Desde muy pequeña, luego lo alterné con mis estudios musicales, inclusive tuve presentaciones de mi poesía con piano, performances; además estudié Letras. De hecho, me costó elegir entre la música y la literatura.

¿Cuál fue tu primera obra?
La primera novela que escribí fue a los 17 años y la publiqué años después, al terminar mi carrera de Letras, cuando busqué trabajo en una revista literaria, cuyo director, dueño de la editorial Montesinos (España), Miguel Riera, me preguntó si sabía escribir y me pidió algo de lo que había escrito. Y me acordé que tenía terminada esa novela de 60 páginas, tipiada en mi máquina Olivetti. Luego que se la entregué viajó a Argentina y desde el hotel Colón de Buenos Aires me remitió una carta diciéndome: “trabajo en la revista no te puedo dar, pero puedo publicar tu novela”. Así empezó todo, yo no había pensado publicar porque era muy joven (22 años).

¿De qué trata esa novela?
Es una historia sobre una mujer viajera que en unos cursos de Antropología y Arqueología conoce una amiga y le propone hacer un viaje por 17 países, pero le hace firmar un contrato para asegurarse que no se desanime. Eso genera una discusión porque la otra no quiere y ella le insiste. Es una especie del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, una doble personalidad; pero no deja de ser una novela curiosa para alguien tan joven- En setiembre del año pasado fue reeditada.

¿Eso significa que desde chica estuviste vinculada a los viajes?
Al fin de cuentas soy nieta de inmigrantes catalanes y argentinos. A los 9 años me hicieron un viaje descalabrante porque yo no lo elegí. Mis padres lo decidieron y yo era una valija, no me quería ir. Entonces mi primer viaje fue muy traumático y, de hecho, siempre estoy regresando a Argentina, hasta ahora porque también dicto clases.

Para ti ¿qué es viajar?
Los viajes se parecen mucho, en mi caso, al viaje interior, en el sentido que es un proceso de conocimiento, aceptación, relación, introspección, silencio y conocimiento de los limites propios y ajenos. Son una escuela de aprendizaje respecto de uno mismo, de enfrentarse a lo que no quieres, asumir, integrarse, luchar contra el hábito.

¿Y el viaje interior?
En el viaje interior luchas contra las creencias, que son tan dañinas porque son el final de los conocimientos.

¿Los paradigmas?
Exactamente. Te permite desaprender, conocer otros modos de…y desaprender los propios. Y respecto del hábito, te libera de las creencias sobre ti mismo, es decir lo que tú piensas de ti siempre es una construcción que se desmorona y derrumba durante un viaje. No estoy hablando de un tour.

El viajero no es lo mismo que el turista

¿El viajero es más libre?
Sí, en un viaje vas decidiendo el destino, te dejas fluir y eso hace que te conozcas, tu capacidad de dejarte fluir y sepas cómo estás viviendo la vida cotidiana. Hay personas que marcan sus itinerarios y no pueden salir de ahí, de sus horarios, de sus costumbres. Muchas personas viajan queriendo comer lo de su casa, queriendo usar los mismos productos de limpieza de su casa.

¿Qué es el turista?
Es quien mira lo que le hacen ver mientras el viajero ve lo que hay, y es eso lo que fluye.

¿Qué enseñanzas tienes de este viaje?
Me han pasado tantas cosas que tengo una lista de instantes muy especiales y emotivos, muy iluminadores de la conducta y la esencia humana que incluiré en mi novela como instantes peruanos, desde Puno.

El Perú es tu gran aprendizaje
Muchísimo, llevo dos meses viajando y me ablandé; es decir, soy más de lo que fui.

¿Por qué?
En estos dos meses viajando por diferentes países (Chile, Bolivia, Perú y Ecuador), que me acercaron a mi esencia y me alejaron de la construcción con la que venía hecha.

Tu mejor experiencia de Perú
“Una de las experiencias más intensas fue cruzar el desierto con trochas impracticables de Arequipa (Perú) en una camioneta 4X4. El tipo que manejaba era un mil, nos llevaba por lugares difíciles para sortear algunas trochas muy malas, habían puntos que mirabas y pensabas; cómo sabe dónde está”.


César Vallejo escribió: “Me he sentado a caminar…” ¿El viaje es una reflexión?
Sin duda, es una reflexión hacia adentro para ser capaz de dejar de proyectarse afuera, se sustituye por la observación, eso es lo interesante. Es ser capaz de mirar, de ver. Sentarse a moverse es una forma decir que uno es capaz de estar aquí, ahora, en cada instante. De detenerse en cada instante para seguir fluyendo. Moverse para que todo siga igual, pero hacia fuera, para el que sea capaz de captarlo. Eso es lo interesante, ver cómo se mueve lo interior para dejar de proyectar hacia fuera porque eso es nuestra gran limitación.


El eterno retorno
¿Tus novelas siempre recalan en lo existencial?
Si, y siempre tienen que ver con viajes; por ejemplo, Haru es el viaje de la vida, pero también hay un viaje simbólico. Una de las ideas se refiere a que para poder irse de un lugar antes hay que volver.

¿Y eso por qué?
Uno debe ser capaz de regresar a los lugares y reconocerlos con eso que uno aprendió para saber si quiso o no quiso irse, para terminar de irse.

¿Es lo mismo que cerrar los círculos?
Totalmente, si tienes una concepción circular del tiempo te das cuenta que estás atando una línea circunferente sin un antes ni después, sino que la coincidencia tiene que ver con el punto medio porque son rayos que parten de ahí. Esa conciencia de la coincidencia tiene que ver con la coherencia que no es universal, sino personal; es decir que sobre la coherencia muchas personas se atreven a juzgar, pero no sobre la coincidencia porque nadie sabe lo que le coincide a cada cual.

¿A qué te refieres con la coincidencia?
No admito forma de llegar a ser libres, sino a través de la coincidencia entre pensamiento, palabras y actos. Esa coincidencia, que es coherencia, permite ir enhebrando todos los puntos que hacen que tu vida pueda ser circular. En ese sentido, da lo mismo leerte en un lugar u otro porque eres lo mismo, eres quien eres. No eres dependiendo de quien tienes a lado.

¿Qué tan difícil es entender este planteamiento si estamos signados por ideologías y el consumismo que nos llevan a estar pendientes del qué dirán?
Eso es muy interesante porque, por un lado, es la opinión de los demás, lo cual nos remite a la proyección sobre la realidad, es decir tu proyectas tus imágenes ideas, creencias, convicciones y miedos sobre lo de afuera. Lo de afuera es todo, menos tú. Si tú proyectas tus miedos sobre lo que hay afuera tienes dos riesgos: equivocarte o equivocarte, porque siempre te equivocarás. No puedes proyectarte, solo tienes que observar para saber no para cambiar lo que tengas que hacer.

Pero también tiene que ver con la seguridad
Tanto el pasado como el futuro son invenciones, no existen. El pasado sirve para justificarnos.

El tiempo lo inventa el ser humano ¿Por qué?
Tenemos la tendencia a querer la seguridad y ésta  necesita las coordenadas del tiempo para proyectarse, entonces no puedes estar seguro de lo que puede pasar o de lo que pasó, y tienes que atarte. Así olvidamos el espacio y le damos más importancia al tiempo, tendría que ser al revés porque en el espacio se da todo, en cada instante. Si le damos más importancia a la dimensión espacial somos más libres porque no estamos proyectándonos ni justificándonos y diciend: “yo estoy acá por culpa de…”

¿Siempre busco responsables?
Siempre. Y el pasado lo traigo a colación para justificarme, defenderme y atacar, inclusive. El pasado es un asco, en ese sentido. El pasado sirvió para aprender y estar acá. El futuro es la eterna promesa para justificar. “Hoy no, pero mañana lo hago… dejo de fumar... busco trabajo… te soy fiel”. Es hoy o no es. La proyección es la eterna promesa que nos ata a una situación presente que no deseamos.

¿Eso destruye nuestra identidad?
Por completo, porque estás donde no quieres estar al creer que vas a dejar de estar. Eso es un drama porque te hace infeliz, igual que a quienes te rodean y crea esa energía inadecuada al estar ocupando el lugar de otra persona porque si no somos lo que somos, ocupamos el lugar del que podría estar contento ahí.

Otros datos

¿A qué edad dejas Argentina?
Casi a los 10 años, en 1973, cuando estábamos en toda la evolución a la dictadura y esa circunstancia aciaga de mi país; pero estoy regresando constantemente.

Última novela

Haru(Ediciones Catedral, 2016.  382 páginas) es su última novela, en la que la escritora, radicada en Barcelona, narra la historia de una chica que, al morir su madre, es enviada a un dojo a aprender la difícil disciplina del tiro con arco. “Me di cuenta de que Haru soy yo mientras leía la novela, no mientras la escribía”, afirma.

 

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