24/9/19

El cultivo de la creatividad

Por:. Guido Sánchez Santur

El ser humano es creativo por naturaleza; sin embargo, se ha generalizado la idea de que esta condición es propia de los artistas. Realmente sacamos a relucir la creatividad en cada circunstancia que usamos la inteligencia: en el trabajo, la ciencia, la matemática, las relaciones humanas, los negocios, los viajes, etc.
Para el educador y escritor, Ken Robinson, la inteligencia comprende tres elementos: imaginación, creatividad e innovación.
La  creatividad es un proceso, no un suceso. Es algo que se va cultivando paulatinamente.
La imaginación es el comienzo del proceso creativo, es la habilidad de pensar en cosas que no están presentes, pero que las proyectamos en imágenes visuales; inclusive a nivel de los sueños. Los seres humanos la tienen en más abundancia respecto de otras criaturas y les permite anticiparse a todo, a ver desde fuera, a especular, a conjeturar, hacer suposiciones, reflexionar hasta sentir el placer o el gozo de tenerlas (a futuro).
Mientras tanto, la creatividad consiste en echar a andar la imaginación, es el proceso práctico de crear algo, de tener ideas originales y con valor, es materializar esas imágenes visuales.
Los procesos creativos consisten en hacer borradores constantemente a medida que va evolucionando o madurando la idea preconcebida y que siempre acaba de manera distinta a lo que se pensó al inicio; ocurre, a veces, que el producto final no siempre es lo que uno quiere. Lo importante es que es algo nuevo para mi (no necesariamente original) porque es la primera vez que lo hago o logro y me emociona y genera satisfacciones.
En consecuencia, el mito de que solo los artistas son creativos nos encasilla y mutila el ingenio innato que aflora al momento de resolver situaciones cotidianas que nos ponen a prueba y desarrollan esta habilidad.
La curiosidad con la que llegan los niños alimenta su creatividad, por eso cuando los restringimos con el pretexto de que se pueden lastimar o que van a deteriorar lo que tienen en manos y no encaminamos esa energía o entusiasmo estamos anulándolos y encasillándolos en esquemas que de pronto funcionaron para nosotros y que para ellos carecen de sentido o les resultan estériles.
Cuando la creatividad se circunscribe al extremo de los especialistas, los seres de a pie se convierten en zombis, sin la posibilidad de trastocar su realidad, su caos, sus circunstancias; a expensas de los salvadores en un mundo mesiánico donde la individualidad ha perdido vigencia y solo rige la voz de los expertos, de los ilustrados. La sabiduría se tiñe de pasado anquilosado, de leyenda sin sentido.

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