1/3/08

CATACAOS

Catacaos, el corazón
turístico de Piura

Guido Sánchez Santur
Sasagui35@gmail.com

Si llegas a Piura y no vas a Catacaos, es como si no hubieras conocido casi nada. Esta frase la repiten no solo los piuranos, sino los propios visitantes, al despedirse de esta ciudad después de un placentero viaje pleno de satisfacciones.
Esta frase no es un perogrullo ni exceso de regionalismo. Aquí se sintetiza la historia, la tradición y la calidez de los piuranos. Es como ese manjar que no necesita servirse tanto, basta una pequeña porción muy concentrada para quedar satisfechos. Así es Catacaos: intenso, profundo y generoso, como Huanchaco para los trujillanos.
Aquí se comen los mejores y contundentes potajes en base a pescado, acompañados de la infalible chicha de jora, ‘la bebida de los dioses’; amén de su artesanía que tiene personalidad y marca propia. Este mosaico cultural atrae a los cientos de turistas nacionales y extranjeros que abarrotan micros y colectivos, además de quienes llegan en sus vehículos particulares.
Catacaos está a 12 kilómetros de Piura, a menos de 15 minutos en automóvil, a través de una carretera asfaltada entre un verde paisaje de arrozales e imponentes palmeras que se suceden en el trayecto. Al ingreso, nos recibe como portada y a manera de arco, la silueta de un enorme cántaro. No podía ser de otra forma tratándose de un pueblo donde la chicha de jora se ha convertido en uno de sus símbolos tradicionales.
El carro nos deja en plena Plaza de Armas, junto a la iglesia, llamada la Sixtina del Perú, por su parecido a la Capilla Sixtina, aquel tesoro artístico de la Ciudad del Vaticano, edificado entre 1471 y 1484.
Enrumbamos por la calle Comercio y nos adentramos en las abarrotadas cuadras donde se exhibe y se vende la más variada artesanía catequense. Si el tiempo no apremia podemos tomarnos el día entero, escogiendo cada presea, desde la filigrana de finos acabados en plata (dormilonas, sortijas, collares, chalanes, bailarines de tondero…) hasta aquellos objetos torneados o tallados en zapote o en cuero; sin desdeñar los sombreros de paja o toquilla, o las frescas hamacas. En este lugar tampoco está ausente la cerámica ornamental de estilo Chulucanas, esos suntuosos jarrones, el asno descansando o jalando su carreta o la chichera bajo un árbol…
Entre tanta creación artística impregnada de tradición una mujer nos ofrece la nutritiva miel de abeja o la algarrobina tacaleña para reponer las energías, después de una jornada agotadora. No está nada mal si realmente es pura.
• OJO GRANDE
De trecho en trecho nos abordan indistintamente los “churres”, ofreciéndonos llevar a las mejores picanterías para degustar los exquisitos cebiches, malarrabia, pavo horneado, seco de cabrito, carne asada, caldo de siete carnes, seco de chavelo, pescado pasado por agua caliente, copús, etc.
De solo escuchar los nombres de los platos el apetito apura, pero ya teníamos previsto donde íbamos a sentarnos a comer: Narihualá, aquél mítico e histórico pueblo, a dos kilómetros de Catacaos y a 15 minutos en mototaxi. Este paraje parece que la historia se ha detenido en el tiempo. Su nombre significa ‘Ojo grande que avista en la lejanía’: Ñari Walac. Quizá esta denominación responde a su ubicación, desde la parte más alta de la fortaleza se domina gran parte del valle del Bajo Piura.
Mientras avanzamos por las calles, a la par que flamean las banderitas blancas, símbolo de que ahí se vende chicha, y de la mellicera, nos cruzamos con grandes y chicos de facciones inconfundibles, herederos directos de los tallanes. Ellos se identifican tanto con su huaca, sobre la que los españoles levantaron una iglesia y que hasta hoy se mantiene en pie, que cualquiera nos habla con orgullo sobre lo que fue este cacicazgo, cuna de las capullanas, una estirpe de bravas mujeres que impusieron un matriarcado, cuyas evidencias culturales se aprecian hasta el día de hoy en los hogares. Si no fijémonos bien en los ‘chicheríos’, donde las mujeres (esposas) son las que dan las atenciones e inclusive se bromean con los comensales, mientras el marido va y viene de la cocina sirviendo los platos a la mesa.
El valiosos legado cultural de Los Tallanes lo encontramos resumido en el museo de sitio, edificado en la parte baja de la huaca, lugar sagrado en el que los antepasados rendían culto a sus dioses. Entre las rampas de acceso se observan pasadizos, corredores a manera de laberintos y cuartos que eran ocupados por la elite. Los muros eran de hasta 3,80 metros de alto. En la parte superior está adornada por motivos en forma de aves, en bajorrelieve.
Esta cultura floreció entre los años 1000 y 1200 después de Cristo y su área de influencia territorial se extendió desde Tumbes, por el norte, hasta las márgenes de los ríos Chira y Piura, en la parte sur.
Esta historia nos la cuentan los lugareños mientras nos vanagloriamos con la chicha de jora acompañada del infalible ‘cariño (o cariñito porque acá todo se habla en diminutivo, querendonamente) de la casa’ (ceviche o sudado) que ofrece gratuitamente la dueña de casa, después de tres jarras consumidas. Vaya que cariño, muy agradable. Este gesto de cortesía sustenta la amabilidad y calidez de esta gente.
El carnaval para gozar
Es un domingo de febrero y la tarde empieza a caer, mientras el sol se pierde entre los frondosos algarrobos. De pronto de una de estas polvorientas calles aparece una caravana con banderas de diferentes colores que vienen bailando al son de una banda de músicos.Son los yunses (lo que en la sierra serían los mayordomos) acompañados de sus ataviadas reinas que invitan a la población para que participe en la fiesta que está próxima a comenzar.
Estamos en época de carnaval y es tiempo de celebrar a lo grande. Ya se han levantado las yunsas frente a la casa del oferente, la chicha y la comida están listas y en abundancia para todos los convidados.
 

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