20/10/19

Conversar para vivir

Por: Guido Sánchez Santur (*)

Después de un agitado día en mi labor periodística en un diario de la ciudad de Trujillo, al norte del Perú, como era mi rutina, la noche de un domingo de marzo de 2013, llegué a casa y, como de costumbre, me esperaba en la sala Estuardo, mi hijo, que entonces bordeaba los 12 años. Lo engreí con un efusivo abrazo que él gozoso correspondió.
“Podrías sonreír un poco, papá. Parece que siempre vienes enojado”, me dijo, mientras se sentaba en el mueble a continuar su lectura de la saga del “Señor de los Anillos”. Sus expresiones directas, que lo caracterizaban, golpearon mi ego como una descarga eléctrica que escarapeló mi piel, yo me suponía alegre. Esas palabras me resonarían el resto de mis días y, como una campanilla de monaguillo, se hicieron más intensas tras su partida de este mundo, cuatro años después.  
Ahora, a la sombra de mis nuevos aprendizajes y de la cavilación continua, reconozco la fina escucha activa de Estuardo, como la de todos los niños y que comúnmente llamamos capacidad de observación.
La escucha activa es un concepto acuñado por el coaching ontológico y se refiere a estar pendiente de los mínimos detalles que expresan nuestros interlocutores, no solo verbalmente, también con gestos, señas, silencios o la terminología utilizada. Y si esa actitud que adoptamos al escuchar es para responder y defendernos o comprender las circunstancias del otro en aras de ayudarlo a salir del estado en que se encuentra.
La escucha activa es determinante para establecer una conversación efectiva o evolutiva, nos sitúa en un ambiente de construcción de relaciones edificantes, positivas o generativas en todos los ámbitos: familiar, amical, social, laboral, político, etc.
Las conversaciones que establecemos las sostenemos mediante el lenguaje verbal, gestual o señas; sin embargo, hay otro nivel de conversación y es con nosotros mismos, tan o más importante que la anterior porque de ésta depende nuestro mundo de relaciones, logros, éxitos o frustraciones.
La conversación cumple una función esencial en las personas y en la sociedad.
La conversación consigo mismo ocurre a nivel de los pensamientos, lo que, como una película, discurre en nuestro cerebro: preocupaciones, dolor, pena, ansiedad, rencor, resentimiento, gestos, muletillas o ideales, gratitud, perdón, bondad, ofrecimientos, resiliencia, posición de nuestro cuerpo, forma de caminar, etc.
A esto me refiero cuando hablo de la expresión de Estuardo, su gran escucha le permitía identificar mis conversaciones internas: mi dolor, frustración, cansancio. que expresaban mis gestos. Esas conversaciones mías que también lo abrumaban a él y que desde su ser gritaba un cambio en mí, grito que se apagó y se convirtió en llanto en mí.
En este contexto se enmarca mi propuesta Conversar para vivir que consiste en asumir plena consciencia de lo que estamos pensando o diciendo en cada instante, tanto si hablamos o callamos.
En este propósito, vamos a dialogar con especialistas de los diferentes saberes, pero sobre todo con quienes trascendieron el dolor y conversan desde la resiliencia, a fin de que nos abran las ventanas de sus sapiencias y se conviertan en ese halo de luz que reavive la llama que guía este camino que es la vida.
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(*) Coach ontológico y ejecutivo
 

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