Después de un agitado día en mi labor periodística en
un diario de la ciudad de Trujillo, al norte del Perú, como era mi rutina, la
noche de un domingo de marzo de 2013, llegué a casa y, como de costumbre, me
esperaba en la sala Estuardo, mi hijo, que entonces bordeaba los 12 años. Lo
engreí con un efusivo abrazo que él gozoso correspondió.
“Podrías sonreír un poco, papá. Parece que siempre vienes
enojado”, me dijo, mientras se sentaba en el mueble a continuar su lectura de
la saga del “Señor de los Anillos”. Sus expresiones directas, que lo
caracterizaban, golpearon mi ego como una descarga eléctrica que escarapeló mi
piel, yo me suponía alegre. Esas palabras me resonarían el resto de mis días y,
como una campanilla de monaguillo, se hicieron más intensas tras su partida de
este mundo, cuatro años después.
Ahora, a la sombra de mis nuevos aprendizajes y de la cavilación
continua, reconozco la fina escucha
activa de Estuardo, como la de todos los niños y que comúnmente llamamos
capacidad de observación.
La escucha
activa es un concepto acuñado por el coaching ontológico y se refiere a
estar pendiente de los mínimos detalles que expresan nuestros interlocutores,
no solo verbalmente, también con gestos, señas, silencios o la terminología
utilizada. Y si esa actitud que adoptamos al escuchar es para responder y
defendernos o comprender las circunstancias del otro en aras de ayudarlo a
salir del estado en que se encuentra.
La escucha
activa es determinante para establecer una conversación efectiva o evolutiva, nos sitúa en un ambiente de
construcción de relaciones edificantes, positivas o generativas en todos los
ámbitos: familiar, amical, social, laboral, político, etc.
Las conversaciones que establecemos las sostenemos mediante
el lenguaje verbal, gestual o señas; sin embargo, hay otro nivel de
conversación y es con nosotros mismos, tan o más importante que la anterior
porque de ésta depende nuestro mundo de relaciones, logros, éxitos o
frustraciones.
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La conversación cumple una función esencial en las personas y en la sociedad. |
La conversación consigo mismo ocurre a nivel de los
pensamientos, lo que, como una película, discurre en nuestro cerebro:
preocupaciones, dolor, pena, ansiedad, rencor, resentimiento, gestos,
muletillas o ideales, gratitud, perdón, bondad, ofrecimientos, resiliencia, posición
de nuestro cuerpo, forma de caminar, etc.
A esto me refiero cuando hablo de la expresión de
Estuardo, su gran escucha le permitía identificar mis conversaciones internas:
mi dolor, frustración, cansancio. que expresaban mis gestos. Esas conversaciones
mías que también lo abrumaban a él y que desde su ser gritaba un cambio en mí,
grito que se apagó y se convirtió en llanto en mí.
En este contexto se enmarca mi propuesta Conversar para vivir que consiste en asumir
plena consciencia de lo que estamos pensando o diciendo en cada instante, tanto
si hablamos o callamos.
En este propósito, vamos a dialogar con especialistas
de los diferentes saberes, pero sobre todo con quienes trascendieron el dolor y
conversan desde la resiliencia, a fin de que nos abran las ventanas de sus
sapiencias y se conviertan en ese halo de luz que reavive la llama que guía
este camino que es la vida.
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(*) Coach ontológico y ejecutivo