Por: Guido Sánchez Santur
Este año he retomado mis viajes, aquellos que me hacen comprender mejor la vida, el mundo, la sociedad y la esencia del ser humano. Como dice la escritora Flavia Company, “los viajes se parecen mucho al viaje interior, son procesos de aceptación, relación, introspección, silencio y conocimiento de los limites propios y ajenos. Son una escuela de aprendizaje respecto de uno mismo, de enfrentarse a lo que no quieres; asumir, integrarte, luchar contra el hábito y esas creencias que son tan dañinas”. Y lo más interesante es que “para irse de un lugar antes hay que volver”.
Este año he retomado mis viajes, aquellos que me hacen comprender mejor la vida, el mundo, la sociedad y la esencia del ser humano. Como dice la escritora Flavia Company, “los viajes se parecen mucho al viaje interior, son procesos de aceptación, relación, introspección, silencio y conocimiento de los limites propios y ajenos. Son una escuela de aprendizaje respecto de uno mismo, de enfrentarse a lo que no quieres; asumir, integrarte, luchar contra el hábito y esas creencias que son tan dañinas”. Y lo más interesante es que “para irse de un lugar antes hay que volver”.
Eso estoy haciendo ahora, empecé por retornar
al pueblo de mi niñez y adolescencia, y que nunca deja de sorprenderme: Puerto
Ciruelo (Huarango, San Ignacio, Cajamarca). Han pasado casi 35 años que lo
dejé, mis vueltas esporádicas no pasaron de dos días. Esta vez me quedé 10 y
caminé esas calles polvorientas antes, ahora encementadas (las dos principales:
Comercio y El Triunfo), su mercado renovado, nuevas tiendas comerciales bien
surtidas, como expresión de su crecimiento y desarrollo.
El puente sobre el río Chinchipe, inaugurado
hace tres años por el presidente Ollanta Humala, ha facilitado el acceso de
todo tipo de vehículos y su conexión con Huarango, Huarandoza, La Lima, etc.; pero
también desplazó a los botes con motores fuera de borda en los que cruzábamos
de una orilla a la otra, no queda ninguno ni siquiera para pasear. La balsa
cautiva que pasaba los carros, yace ladeada y olvidada en la arena. Como si
presagiara su triste final, cuando el mandatario iba a participar en la
colocación de la primera piedra del inicio de la obra, se inclinó y dejó caer
tres vehículos que literalmente se los tragó el caudaloso torrente.
Aparte de esas anécdotas, su economía se
aceleró, la plaza de exhibición y venta de ganado vacuno continúa congregando a
comerciantes de la costa, el campo deportivo que estaba cerca al mercado fue
traslado al otro extremo, junto al camal, en la salida a Cigarro de Oro, donde
todas las tardes se libran encendidos encuentros de fulbito, con apuesta de por
medio.
Las gentes no son las mismas, la gran mayoría son
me son extrañas y los chicos que corrían desnudos a la playa o que cargaban
agua desde el río con sus baldes o galoneras sostenidas con sus ganchos de
madera y alambre, ahora son adultos, padres de familia.
Los personajes referentes son otros: Segundo
Guerrero (El Chergo) falleció el año pasado, Antonio Bravo y David Chanta se le
adelantaron mucho antes. Son contados los viejos amigos y/o conocidos con
quienes me encuentro y saludo efusivamente: Cosme Medina, Cipriano Bravo, David
Guerrero, Horacio Zelada (Pepinillo), Neptalí Córdova López (Pancho Loco),
Marcos Castañeda, todos con las cicatrices de los años vividos, pero con la
misma sonrisa, la carcajada, seriedad o bromas recurrentes me recuerdan en gran
sentido del humor de mi padre, Segundo Sánchez Chimbo.
Los estilos de vida han cambiado. La
instalación del agua potable les alivió los días a los chicos aguateros. Los
silos fueron reemplazados por el alcantarillado, cada dos días un volquete
recorre las calles recogiendo la basura. Con la energía eléctrica llegó la
televisión por cable, la telefonía celular y la internet que entretiene a los
muchachos. Los niños, adolescentes y jóvenes aparecen por todos lados
conduciendo motocicletas lineales o mototaxis, parece la plaga de los zancudos
que nunca se extingue.
Pese a todo, a partir de las 5 de la tarde varias
personas, con toalla al cuello, aún se desplazan al río para bañarse, como en
los tiempos de mi niñez; del mismo modo las mujeres, con su tina sostenida en la
cabeza o bajo el brazo llegan a lavar su ropa en la orilla. Estampas genuinas
que siguen impregnadas en mi retina.
Mientras me readapto, acompaño a mi madre a
darle de comer a sus gallinas y pavos con los que está tan encariñada como con
sus nietos; siembro algunos plantones frutales para diversificar el naranjo, el
noni, la lima y el limón que reverdecen su huerto.
Al caer la tarde me aparto para escuchar el
arrullador trino de las aves y a medida que la noche extiende su manto, el río acentúa
su acompasado sonido que produce la corriente, como si estuviera saliéndose de
su cauce y eso inquieta a cualquier forastero. Y la noche también llega con su
comparsa de zancudos que nos apura a refugiarnos bajo el mosquitero. Estos mosquitos
abundan a causa de los cultivos de arroz próximos al pueblo, además del río y
la quebrada.
El dato
Puerto Ciruelo debe su nombre a la abundancia
de plantaciones de ciruelo en cuando llegaron los primeros fundadores, pero con
el paso del tiempo son pocas las que quedan y no porque las hayan cultivado,
sino porque de puro tercas siguen brotando en los huertos, caminos y chacras.