Por: Guido Sánchez Santur
La rapidez con que evoluciona la tecnología y los abruptos
y desconcertantes cambios que experimenta el mundo constituyen el gran desafío para
los educadores ¿Cómo captar la atención de niños, adolescentes y jóvenes inmersos
en un escenario que vibra a una velocidad distinta a la nuestra? ¿Qué estamos
haciendo con estas nuevas generaciones que nos miran como cavernícolas? ¿Hacia
dónde encarrilamos su energía, su formación?
Con nuestros paradigmas, intentamos corregirlos, amoldarlos,
etiquetarlos o domesticarlos a los dictados del sistema educativo que responde
a los lineamientos del orden económico imperante. Entonces, la educación se
convierte en una industria más, dictamos clases en aulas con similar diseño a
las fábricas: producción en serie. Estudiantes agrupados por edades, sin
diferenciar sus capacidades individuales; con los estruendosos timbres que aun siguen
marcando el horario de salida e ingreso, las cartillas que refuerzan los
errores o las llamadas conductas negativas, que muchas veces son la expresión
del dinamismo, energía, entusiasmo o divergencia propias de estos nuevos
habitantes de la tierra.
Los niños nacen con un pensamiento divergente .
En este contexto, una clase se convierte en un
escenario tenso, nada amigable con el aprendizaje. Muchos se adaptan, pero más
tarde serán un conjunto frustrado, renegado y sin valores, pues aprendieron que
lo más importante es la producción, los indicadores, el éxito material, sin
importar si atropellas o sobornas en aras de lograr los objetivos.
¿Qué podemos hacer en este escenario?
El inglés Sir
Ken Robinson –escritor, educador, innovador- propone virar los procesos
educativos hacia las experiencias
estéticas que se manifiestan en la activación y funcionamiento de los
sentidos en su
máxima
expresión e intensidad. Nos colocan en el presente, en plena conciencia, en
responsabilidad, alejados de las preocupaciones o tribulaciones.
Las experiencias estéticas nos elevan a vibrar con las
emociones, en tanto experimentamos sensaciones nuevas, exploramos y nos abrimos
paso a lo desconocido, la incertidumbre. Es ubicarse en la plena vulnerabilidad
desde el “no saber”, sentirse plenamente vivo en cada paso que damos,
desterrando el automatismo en el que nos ha colocado la cultura del consumismo.
Estas experiencias nos trasladan al pensamiento
divergente que nos facilita la adopción de distintas respuestas ante una misma
cuestión, interpretándola y pensándola lateralmente, según Edward de Bono.
Ese el mismo pensamiento que, en un 95 por ciento, traen
los niños al nacer como un enorme potencial que con el transcurrir de los años escolares van
perdiendo, se van uniformando, al fragor de las exigencias del sistema
industrial que nos ha situado en el pensamiento lógico, el de la certeza, de la
seguridad, del individualismo, de la mezquindad, de la competencia…
Está comprobado que el aprendizaje más significativo se
produce en grupos, la colaboración alimenta la diversificación, la
conversación, la empatía, nos humaniza. Es hora de resetear nuestro cerebro
cargado de información, condicionamientos y prejuicios limitantes, encaminándonos
a las infinitas posibilidades desde la lateralidad y el ser.
“La vida humana es única e irrepetible, improvisada, un proceso constante de decisiones creativas e improvisaciones”, puntualiza Ken Robinson. Eso determina que la enseñanza sea un arte, "un buen profesor anima y un malo, desanima".
“La vida humana es única e irrepetible, improvisada, un proceso constante de decisiones creativas e improvisaciones”, puntualiza Ken Robinson. Eso determina que la enseñanza sea un arte, "un buen profesor anima y un malo, desanima".
(*) Estética es la rama que estudia
la esencia de lo bello y la percepción de la belleza del arte, es decir, el
gusto.
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