4/9/19

Estética para la vida (*)

Por: Guido Sánchez Santur

La rapidez con que evoluciona la tecnología y los abruptos y desconcertantes cambios que experimenta el mundo constituyen el gran desafío para los educadores ¿Cómo captar la atención de niños, adolescentes y jóvenes inmersos en un escenario que vibra a una velocidad distinta a la nuestra? ¿Qué estamos haciendo con estas nuevas generaciones que nos miran como cavernícolas? ¿Hacia dónde encarrilamos su energía, su formación?
Con nuestros paradigmas, intentamos corregirlos, amoldarlos, etiquetarlos o domesticarlos a los dictados del sistema educativo que responde a los lineamientos del orden económico imperante. Entonces, la educación se convierte en una industria más, dictamos clases en aulas con similar diseño a las fábricas: producción en serie. Estudiantes agrupados por edades, sin diferenciar sus capacidades individuales; con los estruendosos timbres que aun siguen marcando el horario de salida e ingreso, las cartillas que refuerzan los errores o las llamadas conductas negativas, que muchas veces son la expresión del dinamismo, energía, entusiasmo o divergencia propias de estos nuevos habitantes de la tierra.
Los niños nacen con un pensamiento divergente .


En este contexto, una clase se convierte en un escenario tenso, nada amigable con el aprendizaje. Muchos se adaptan, pero más tarde serán un conjunto frustrado, renegado y sin valores, pues aprendieron que lo más importante es la producción, los indicadores, el éxito material, sin importar si atropellas o sobornas en aras de lograr los objetivos.

¿Qué podemos hacer en este escenario? 
El inglés Sir Ken Robinson –escritor, educador, innovador- propone virar los procesos educativos hacia las experiencias estéticas que se manifiestan en la activación y funcionamiento de los sentidos en su  podemos hacer en este escenario?.
atropellas o porque solo aprendieron que lo mnpommáxima expresión e intensidad. Nos colocan en el presente, en plena conciencia, en responsabilidad, alejados de las preocupaciones o tribulaciones.
Las experiencias estéticas nos elevan a vibrar con las emociones, en tanto experimentamos sensaciones nuevas, exploramos y nos abrimos paso a lo desconocido, la incertidumbre. Es ubicarse en la plena vulnerabilidad desde el “no saber”, sentirse plenamente vivo en cada paso que damos, desterrando el automatismo en el que nos ha colocado la cultura del consumismo.
Estas experiencias nos trasladan al pensamiento divergente que nos facilita la adopción de distintas respuestas ante una misma cuestión, interpretándola y pensándola lateralmente, según Edward de Bono.
Ese el mismo pensamiento que, en un 95 por ciento, traen los niños al nacer como un  enorme potencial que con el transcurrir de los años escolares van perdiendo, se van uniformando, al fragor de las exigencias del sistema industrial que nos ha situado en el pensamiento lógico, el de la certeza, de la seguridad, del individualismo, de la mezquindad, de la competencia…
Está comprobado que el aprendizaje más significativo se produce en grupos, la colaboración alimenta la diversificación, la conversación, la empatía, nos humaniza. Es hora de resetear nuestro cerebro cargado de información, condicionamientos y prejuicios limitantes, encaminándonos a las infinitas posibilidades desde la lateralidad y el ser.
“La vida humana es única e irrepetible, improvisada, un proceso constante de decisiones creativas e improvisaciones”, puntualiza Ken Robinson. Eso determina que la enseñanza sea un arte, "un buen profesor anima y un malo, desanima".

(*) Estética es la rama que estudia la esencia de lo bello y la percepción de la belleza del arte, es decir, el gusto.

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