Un día entre los muertos
• Otuzco, donde la muerte es motivo de alegría y celebración.
Guido Sánchez Santur
sasagui35@gmail.com
Cada vez que llego a un pueblo, ya sea por primera vez o reiteradamente, siempre me sorprende algo nuevo; sobretodo, las costumbres de la gente en sus actividades rutinarias o en las celebraciones de sus festividades familiares o comunales. Esa cultura, ese modo de vivir me despiertan una intriga apasionante. Creo que eso debe ser el corazón de la identidad.
El 1 de noviembre circunstancialmente me encontré en Otuzco, un centro poblado de Cajamarca. Ahí me llamó la atención el agitado movimiento de sus gentes, iban y venían con su vestimenta de colores cálidos e intensos, y sombreros de copa ancha. Siguiendo la multitud llegué al viejo cementerio, donde ingresaban y salían hombres, mujeres y niños. Dicharacheros algunos, sonrientes, entristecidos o embriagados otros.
Mientras don Anselmo pintaba el nicho de cemento, en el que descansa eternamente su hermano fallecido, otros encendían velas o gruesos cirios al pie de las tumbas o junto a las lápidas, como expresión de cariño al alma del difunto.
Para evitar que el aire apagara las velas, en todas las tumbas las mujeres colocaban sus rebozos (abrigos tejidos en telar), armando pequeños toldillos. Generalmente llegan las familias completas (padres, esposas, hijos, hermanos, amigos), con esa compañía la velada, no es tan triste, más bien alegre. En vez de llantos y lamentos, escuchamos animadas charlas, compartiendo anécdotas, chistes u ocurrencias de la comunidad.
Y, como en toda reunión no deben faltar las bebidas ‘espirituosas’, aquí el aguardiente o ‘el cogollito’ (la primera fermentación del guarapo extraído de la caña de azúcar) son infalibles. Conforme avanza la hora, llega más gente, y el alcohol sube a la cabeza con celeridad, desencadenando los primeros estragos: la conversación es más agitada y con voz estentórea. Algunos más emocionados, beben sin control y al no poder dominar su cuerpo, terminan estirados sobre las tumbas, donde duermen plácidamente.
Esta gente no solo lleva velas y aguardiente al cementerio. Lo más sorprendente es que, tras sentarse y acomodarse frente a las tumbas, de sus alforjas sacan variados potajes preparados diligentemente, dulces o bebidas que colocan entre las velas.
“Es la comida que le gustaba mucho al difunto y que ahora le traemos. Seguro que su almita vendrá a oler y luego se regresará a su descanso”, nos comenta Asunta Cruz, quien está acompañada de sus pequeños hijos.
Esto me recuerda, el viaje que años atrás hice a Paucamarca (San Marcos). Mis atentos anfitriones me invitaron a una estrecha mesa, que tenía una silla sin ocupar, donde colocaron la sopa y el segundo para una persona que nunca llegó. En la pared, una pequeña repisa sostenía una vela encendida que iluminaba el retrato de un joven. Tras la cena, intrigado pregunté a mi acompañante por qué sirvieron comida en ese espacio vacío. “Hace un año murió uno hijo de esa familia y, según la costumbre, el alma se acerca cuando se sientan en la mesa y ocupa su lugar. Es una forma de recordarlo y tenerlo presente en los momentos más importantes”.
En Catacaos (Piura), la costumbre de las velaciones, tiene una particularidad similar. Como en Otuzco, la gente se amanece velando en el cementerio, aunque no llevan comida a las tumbas, sí beben licor. En el día, las madres de los niños fallecidos, se ubican en la Plaza de Armas, y observan a los menores que pasan, cuando alguno de ellos tiene la edad aproximada del difuntito, lo llaman y le regalan “los angelitos”, que no son más que dulces o rosquitas, que le agradaban al que en vida fue. Es una forma de recordar a esa alma, pero sobretodo de compartir el cariño que ya no le pueden dar.
Al salir del cementerio otuzcano, la celebración continúa, las voces de los presentes se escuchan más fuertes y de cada grupo exhala el pegajoso olor del aguardiente. Me voy con una nueva sensación de regocijo por la intensidad de esa costumbre, de ese sincretismo religioso, de nuestras tradiciones y de la vida misma de estos pueblos que transcurre en esta diversidad cultural, que cada vez invoca mayor tolerancia e inclusión.
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